Dedicatoria:
a
todos los seres
Hablo de ti, de mí: de la memoria…
Hablo de todo aquello no pronunciado
que pertenece sólo al silencio íntimo;
al doloroso silencio del hombre
y a su incesante y fiel dedicatoria.
A veces, uno se emociona
y piensa que es libre…
cuando sólo se trata del acto
de
mirar por la ventana.
Indice
I.
Voz pensada
1
II.
De los silencios henchidos del mundo 2
III.
Soy una sola palabra
3
IV.
Si al oído una palabra te atravesara 4
V.
Salir de sí
5
VI.
Volver y tropezar con uno mismo
6
VII.
Y acaso es un problema el estar vivo… 7
VIII.
Memorial de un pálido domingo
8
IX.
Se escucha sólo el alma del pez blanco 9
X.
Elegía del silencio
10
XI.
Decadencia
11
XII.
Cada hombre es un cuerpo de guante que medita
12
XIII.
Ausencias
13
XIV.
Hablo de la soledad
14
XV.
Confesiones del mar
15
XVI.
A ese silencio mojado de los besos
17
XVII.
Te espero como el mar a una pregunta 18
XVIII.
Memorial de un pálido domingo 19
XIX.
Memorial de un lunes desmemoriado 20
XX.
Sólo el sauce entristece infinito 21
LA
ELEGÍA
DEL
SILENCIO
Hombres
I
Voz
pensada
No te pienso como una voz aislada
gorgoteando en un líquido de lágrima…
Te pienso como se piensa a la madera,
vetada, poderosa,
y a veces inconclusa como un beso.
Voz pensada: haz del trigo
que eres como la nostalgia
cuando se inclina en mi pecho
y no se que hacer con ella ¿dónde ponerla?
o si debo sonreír a una dicha alquilada.
Yo te pienso y cada vez el presente
se me llena más de pasado.
II
De
los silencios henchidos del mundo
De los silencios henchidos del mundo
uno me pertenece,
que me niega la voz
a veces
con besos desesperados.
Allí donde la luz tan sólo se adivina
lejana como un símbolo
cosido a la cintura.
Allí donde fecunda el polen de los labios,
la huella polvorienta
del corazón desnudo.
Donde se siembran las palabras;
memorias donde morir leve,
paisajes donde segar sea olvido…
De los silencios henchidos del mundo
uno me pertenece…
donde siempre quedas tú, lazado a la garganta,
aprehendiendo una sonrisa
de dolor.
III
Soy
una sola palabra
No necesito nada
en mí sólo las piedras saben quedarse,
el resto flota y se aleja.
Me pudieras cribar la boca,
amortajar con troncos mi decurso,
sondearme hasta cubrirme de hojas,
tejer con todas las manos una frontera:
¡Yo seguiría fluyendo!
Muerdo orillas y me alimento de pautas leves,
de minúsculos puntos que tomo y dejo
justo después de la metamorfosis.
Me pudieras cubrir con tu aliento
en una cueva nocturna,
donde beber esa extraña cicuta que da el silencio
y aún en tu corazón encogido
saltaría de repente:
-¡Soy
una sola palabra!
IV
Si
al oído una palabra te atravesara
Si al oído
una palabra te atravesara
como una daga afilada, certera
y un silencio de beso se clavase
hasta el punto de luz hipocentro
desde donde me amas…
Si acaso poder, pudiera, haber podido,
o poder un mañana cualquiera
cederte con la boca un todo;
un gramo de paisaje en extinción,
o este pequeño territorio que significa mi nombre.
Si entonces un susurro bastara
para clamar en tu mano la caricia doble
y un espeso redoble de sentidos te…
te…. ¡ah!
Pero mójame los labios, coarta los verbos
y otorga un abrazo de aquellos que quiebran;
porque cruzamos los puentes del desafío
y lontanea esa voluntad de las piedras
que interpone los cuerpos.
Un susurro, sí,
un cataclismo de luces convergentes
entre tu nombre y el mío,
en contagioso estupor de coexistencia.
Asido al alma: siembra amor, aprieta ¡aprieta!
Con la fuerza en que sonríen tus ojos desde dentro,
al reto de la puesta o el ocaso,
al desnudo acrópolis del pecho unido
y al choque o fusión amplio de los besos.
Pero si al oído
una palabra te atravesara…
si acaso esta voz supiera
dispersar desde aquí toda la densidad
hasta el límite de ti
con una sencilla palabra.
V
Salir
de sí
Súbitamente
cierras los labios
y un beso cae como colgado de puntos suspensivos.
Has empezado a coexistir con tu silencio
y es estéril amoldar el cuerpo a la intención,
sin descocarte locamente.
Luego vienen los espasmos,
donde la represión entrechoca el aire
en brusco movimiento, necesario.
Donde salir de sí, es una consecuencia
de aquellos verbos mudos,
estrangulados
en los abrazos.
VI
Volver
y tropezar con uno mismo
Volver. Se regresa de un reloj premeditado
con la sonrisa azul de haber vivido,
con las manos tediosas en anhelando
tropezar con uno mismo.
Volver. A veces me pregunto si es preciso;
si no pudiera ser otra mentira,
otra pálida, imprecisa melancolía,
creer que alguien me espera en algún sitio.
Pero es que es tan difícil improvisar costumbres,
arrancar la memoria y machacarla
como una nube de escarcha
contra mi puño frío.
Volver. Y no saber que decirte
para enfrentarme a tus ojos exigentes,
o si besarte invertido
para que no me taches de cotidiano.
Volver. Y saberte detrás de la puerta
fingiendo en las mejillas un suspiro;
royendo las toallas a escondidas
en todos los lavabos con cerrojos.
Acaso me hablaras fuerte y claro…
¡Así me gustaría no volver nunca!
Pero aún no; no digas nada hoy,
que el que huye de volver, a regresado.
VII
Y
acaso es un problema el estar vivo
Cuando vivir es sombra,
sombra incapaz de sorprendernos
y acaso es un problema el estar vivo
porque dos pies arrastran una masa de carne
que ya no va a ningún sitio
Cuando un día corre la mente
y se adentra en los cementerios,
a la forma en que un bucle de velocidad
arrasa sobre los muertos
con su estupor de sangre aún caliente.
Inunda a lo lejos el digital pulso:
un ojo que se multiplica
desde la rubia continuidad de los supuesto;
en aquella historia que alguien nos cedió
con palabras ya usadas, aprendidas.
La frenética longevidad de cuanto existe
llega hasta ti, o más allá de un ojo que escapa
de la lucha interna. Se inmoviliza y no piensa.
Dando paso a un linde siempre voraz,
abierto, morado, vital, no conocido.
Dobladas las rodillas, entonces,
el cuello desbocado de dar vueltas,
exhaustos hasta la célula del olvido
¡queda la gran mentira!
La cruel falacia de relojes y sedimentos
detenidos en este cuerpo que es la vida.
VIII
Memorial
de un pálido domingo
La luz cruza la puerta y te descubre
en holocausto de regreso.
Los labios afilados entorno a la palabra
sucumben en el musgo sencillo de los besos.
Erguidos en distancia rota,
empero sorprendidos,
prospectores aún del líquido en los ojos
de las manos rabiosas
y del olvido.
Al cauce de tus dedos, yo he nacido mil veces
cual mar pecaminosa
de algún recuerdo doliente,
como grano de mostaza
de un universo absurdo.
¡Ay, soledad del mundo!
que vuelves en el nombre
de cada nuevo otoño enrarecido,
con potestad de nudo
y esta desnudez de espanto
ante mi cuerpo.
IX
Se
escucha sólo el alma del pez blanco
Compartimos pan
y espacios minimalistas,
durante el acto más antiguo: la comida.
No existe gesto más individual,
más somero, más caduco ni propio.
Suenan palabras como brotes estériles
sin compromiso, sin esperar respuesta;
con la garganta hueca y encendida
y a menudo pensando, que hay demasiada gente.
Y esta lengua seca que nos pertenece,
soliviantada, mofándose, sin sentido,
tendida a la evasión: hacia la nada.
Un “cucut” de reloj impacta las voluntades.
Palabras que suben por el aire lánguido.
Se escucha una planicie quebrada de terruños,
se escucha sólo el alma del pez blanco;
la soledad que se ríe de las piedras
y el cuerpo siempre roto como una gran pregunta.
De fondo voces de asentimiento,
verbos fáciles, pausas de plumas,
la sensación nocturna del eco.
Ninguna mesa es realmente, compartida.
Yo no me río.
Busco el calor prosaico de un café
que recompense el silencio,
que baje hasta los pies con su abrazo líquido,
arrastrando con él la convicción del egoísmo
que alberga todo aquello que no digo.
X
Elegía
del silencio
Tregua de un gesto cualquiera,
quedamos esperando,
un estupor que respira
con miedo a ser observado,
esgrimiendo sentidos metálicos.
un gesto
aunque sea torcido, frágil, huidizo:
el signo de la no palabra,
dar un crujido
a cambio de la luz de orfebre
que se apaga en la espera, sin hálito.
Escuchar siquiera
una intención mínima de movimiento
el halo de una mano que cruza el aire,
el parpadeo de un ojo
la campanada del gran silencio.
El labio quebrado del deseo
contra la propia sombra,
rallada, rallada…
en eco de imagen,
¡Espejo en grito hacia dentro!
Me veo en aquel hueco indeterminado del yo,
donde a veces el vértigo
es superior a cualquier certeza.
Donde el silencio coarta los sentidos
como una dentadura cimentada
y la lengua revolotea (mariposa en un vaso)
su loca herida enarbolada,
ciega como un dios imperfecto.
X
Decadencia
Decadencia es
la distancia frágil entre dos cuerpos
acostumbrados al silencio.
Acostumbrados,
a precipitar rodando el nudo del agua,
como girasoles locos
en la penumbra del solitario.
De repente, ceder
a la inocua soledad,
aquella parte espigada del cerebro
que agujerea con su latido punzante
los remotos rincones del alma.
Se consume el grito desolado
sin lograr desprenderse,
porque el llanto no anuncia la esclavitud
ante las propias palabras.
Un mar silenciado
ahoga en la garganta,
desorbita el iris
y un colapso repentino empuja violento
el tapón que no respira: el silencio.
XII
Cada
hombre, es un cuerpo de guante que medita
Errando, lo sé,
saltamos de piedra en piedra,
de olvido en olvido...
guardando vivencias en sitios,
olores viejos en paños,
lamentos en la techumbre.
Tenaces
como líneas de fuerza,
en un contrasentido intento de existencia
necrófila y absoluta.
Cada hombre
es un cuerpo de guante que medita.
Ver y no ver, es transparente,
introspectivo;
como un acto de aliento que confirma
que la locura innata es evidente.
Pancarta del ombligo:
_ ¡Yo sé, yo soy, yo digo y hago…
yo reivindico el pubis
y entiendo que evoluciono!
Errando. Soy un amor caduco,
soy una arruga que piensa,
un cuerpo extraño, un ojo.
Me llamo y no me respondo
y a veces, duermo blanco,
errando igual que vivo.
Estoy. A veces me da la risa.
Suspiro por mis muertos
y beso instantes: ¡deliro!
Paso y camino,
pero las canas no son gratuitas.
¡No aprenderé nunca a envejecer!
y aún aprende
este obstinado viejo en el que vivo.
Me paso el día
ido y tumbado,
lanzando mecánicamente soplos
y a veces me encabrito al tiempo de pensarlo.
XIII
Ausencias
Callamos siempre
los duros pensamientos blancos
que en forma de raíces se dislocan,
allí donde la decadencia obliga
al signo humilde de los años.
Proponemos alguna sugerencia al grito
nos otorgamos en cambio,
la anunciación del acuerdo,
de salir y contemplarnos
el egoísmo.
Cuando los besos son al ombligo
como la carne a la carne,
como la soledad
- por ejemplo -
al inmenso párpado caído.
Y en los claros o esquinas del cielo
invocamos un largo fado,
una caricia rascando lomos de hojas
por azuzar un verbo errante,
una garganta ronca pronunciando: “ausencias”.
XIV
Hablo
de la soledad
Hablo del grito
profundamente herido en las bañeras;
hablo ¿cómo no? de la retorcida sierpe
con voz de complacencia descarada,
que habita sin la luz en las letrinas
masturbadas.
Donde se escucha el restregar en las baldosas
de tanta escurridiza carne
que ahoga el agua apretada a las caderas
y entre las ingles forma cataratas.
Se separa del mundo, de puntillas;
cortina, jabón, vidrio ¡espada clavada!
Orificio de cañería,
donde sucumbe el beso no entregado,
la piel sin segar,
la semilla volcánica del organismo,
su lava natural, su cuerpo espeso,
los dedos arañando la cerámica
y el pelo salpicando los espejos.
Hasta desgastar el sonido de la gota,
hasta su líquido final,
hasta el desplome
y el peso se resbala en mano propia.
Pero la mente, la mente entonces, con su gesto antiguo,
presiona las paredes dolorosas
y duelen pies, cabezas, labios,
recordando tan sólo: LA SOLEDAD.
XV
Confesiones
del mar
Dice el mar
que fuiste espectador de los míticos griegos,
que en tus ojos silenciosos las piedras se derruían.
Dice acaso, que reconstruiste
uno a uno los sueños de la noche.
¡Oh, la paciencia del sabio!
con tu sonrisa alicaída entre los hombres.
Dice el mar,
que caminas sobre el agua
como un dios cansado
transportando tu saco de besos...
Que donde tu sombra fue, fue el abismo
donde brotó el camino
en la cruz de tus ojos cerrados.
Dice, que tomabas a cucharadas
el círculo de humo que procreaste
y te retornó ¡oh, veterano!
el triste devenir del sórdido eco
y la amarga salivación en los labios.
Y es que el mar trae a veces, dedicatorias de espuma
y he de despejar a soplos, por cada voluta
la simiente del guerrero,
igual que en tu memoria viven los minutos
Tú, donde grita la tempestad
que se columpia y trepa por el mundo;
que una misión libertaria te engendró
para quedar en ella,
como huella en la encrucijada del tiempo.
Abrazado al tiempo como un reloj de arena
alza tu voz la crítica contemporánea;
y en tu perfil se miden los muchachos
que aún confían en alguna recompensa.
Proclamaste el puño contra la tiranía
y aún entre ciertas lluvias entristeces,
con la agria respiración del esfuerzo
que reverbera luz entre nudillos.
Dice el mar,
que también, yo duermo en tu abrazo...
¡oh, tu abrazo! ¡ah, tu abrazo!
Esas aspas cruzadas a mi espalda
que son del hombre sembrador de estrellas.
Y mientras te siento hundirte
me vienen a la garganta
tus versos heridos, soñados y erectos,
el estupor a la decadencia de no vivir en ti
y es mi amor destronado el que te sonríe
cada vez que lo recuerdo.
Y en todas las voluntades
¡todas perecederas!
Te queda el corazón,
con ese olor a soledades viejas.
Dice el mar,
que te queda el corazón:
donde yo duermo.
XVI
A
ese silencio mojado de los besos
Tú, como el viento
dibujas las nocturnas distancias de las nubes...
como el viento…
con los ojos entornas viejos sauces
cada vez que te miro.
Espora del atardecer,
en la sucesión de tus horas
hay un crepúsculo constante
donde ceden las manos
a ese silencio mojado de los besos.
Tú, como el viento:
partitura en voz doliente
que se bebe la lluvia
a base de besos.
Inventaste un invierno sin bufandas
que con aliento macerado
deja caer una hoja en cada verso
¡contra mi soledad de piedra la incierta sombra!.
XVII
Te espero, como el mar a una pregunta
Te espero, como el mar a una pregunta…
Te espero en mi buzón, torpe e inmenso
que cada tres días despliega
manojos de publicidad y otras
hierbas, al estilo de recibos.
Una postal siquiera
y no me gustan las postales
que ni escritas por los bordes intimidan
un completo mensaje.
¡Qué deseo de estigma!
Donde la soledad no parezca cierta
y floten besos como nenúfares:
palabras que anuncien la espera
de este cuenco educado
a silenciar los sueños.
Si no que una señal liviana y repentina,
si no que una verdad conmovedora
que me devuelva el natural instinto
a ceder el labio inferior,
a dejarlo caído…
quebrando esta expresión tan seria
de todo lo cotidiano.
XVIII
Memorial
de un pálido domingo
La luz cruza la puerta y te descubre
en holocausto de regreso.
Los labios afilados entorno a la palabra
sucumben en el musgo sencillo de los besos.
Erguidos en distancia rota,
empero sorprendidos,
prospectores aún del líquido en los ojos
de las manos rabiosas
y del olvido.
Al cauce de tus dedos, yo he nacido mil veces
cual mar pecaminosa
de algún recuerdo doliente,
como grano de mostaza
de un universo absurdo.
¡Ay, soledad del mundo!
que vuelves en el nombre
de cada nuevo otoño enrarecido,
con potestad de nudo
y esta desnudez de espanto
ante mi cuerpo.
XIX
Memorial
de un lunes desmemoriado
tersa, de vientre cálido.
Era casi agosto de canícula
porque entre los labios rodaba el vino
quemando como besos largos.
Me sonreías y era suficiente,
nada estaba dicho o esperado
antes que el crujido flexible
de aquella sonrisa compartida
buscándose, angosta y de espejo.
Se hacía tarde,
la calma daba calor y sueño.
Se colaba por la espalda
la caricia compañera
y un silencio de lecho.
Y ya en el horizonte oscuro
tu ausencia -recuerdo-
era la loca simiente,
el invencible opaco del deseo...
donde volver al frutero y reencontrarte.
XX
Sólo
el sauce entristece infinito
En el árbol nocturno de tu cuerpo,
empieza tu noche y acaba la mía, por saber
que sólo el sauce entristece infinito
el porque de unas hojas que caen como lágrimas
¿ y qué sabrán las hojas de la gravedad?
Porque dentro de los lomos abiertos
llevo troncos que empujan
a la premeditada levedad
de la noche y el sauce sediento
que se place en beber del alma.
Pero cuando habla tu destino, yo callo,
fiel a lo que esperas de mí…
bloqueando el conjuro que late
sabias como líneas que no tienen
desembocadura.
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